lunes, 7 de mayo de 2018



Otra vez ese dolor de bandera a media asta
en esta plaza de pochoclo y molinillos
en la desolación aburrida del subte
tu hambre ajeno se vanagloria
al lado de mi indiferencia
amputo mis ganas de hablarte
no me comprendas
ellos dirán:
el frío es porque viene el invierno
tu dolor no tiene medicina
tus mañanas llegaron muy tarde
tu escuela cerró por derrumbe
no aceptes mi vergüenza
que no te expliquen el asombro ni la calle
no acuses recibo de mi impotencia
que no te detengan estas,
mis palabras tembleques
este afán por arroparte un solo día
un cartel que contenga tu mirada de intemperies
tu soledad anciana de cuatro años
Aquí no leemos indigentes
aunque lleguen desde tu obcecado silencio
desde tu mano extendida en calendarios
desde tu rosita prensada en celofán
creo que es insoportable,
aunque tenga el color de la patria
este dolor de bandera a media asta.
Diana Poblet -

miércoles, 7 de mayo de 2014

El regreso de 30.000

Tal vez hoy no haya sido el día más feliz.

Hubo otros, lluvisoleados con grillete de plata y corazón indescriptible.

Días de cuento para oír sin palabras, con rotura de voz, presagiando la plenitud que contuvo el silencio.

Ese vínculo místico de la no palabra, ese poder estar tan adentro del otro que creemos estar solos.

Cuando no vale pellizcarse porque despertaremos con la mirada en el techo improvisando imágenes en las manchas de humedad.

Tal vez hoy no ha sido el día más feliz, faltaron caracoles de nácar para escuchar el gemir del Pacífico, faltó una simple flecha de obsidiana para probar el arco y aún conservo un pequeño océano de pena por si mis ojos quisieran navegar.

Se desangró el momento que contuvo la palabra exacta sin coleccionar excusas.  

Un avatar insólito me puso de pie cuando no había cábala ni risa. Me sorprendió escribiendo el aire en el banco de la nada y sin genios ni gnomos extendió pasaje al sol.

Regresaron los ausentes, si hasta vos, estabas.


Tal vez hoy no fuese el día más feliz de mi vida


(pero cómo se le parece). 

Diana Poblet


 

martes, 29 de enero de 2013





Era azul como el sueño de la tarde
mariposa vegetal engalando
la fosforescencia de los cocuyos y los grillos

Al lado de los troncos los bejucos
y las cumbres de las flores
coronando las canas de los árboles
dialogando con el cielo azul marino

Una pompa de jabón me devolvió la infancia
y pendiente de mi sueño
me conseguí con el centro del mundo
que sólo conocen los dioses por ahora

Cuando de todo esto no quede sino polvo
la osamenta de la ciudad se la llevarán
las quebradas en sus aguas turbulentas moribundas
en busca de otras galaxias subterráneas celestes submarinas

Acumulemos sueños y verdades
porque al final no importan tanto las sombras
como las luces del camino

Y dirán los montes los ríos las cascadas
las veredas la luna el sol y las estrellas
sólo quedó la forma de su huída

Porque toda piedra alguna vez fue estrella.

PABLO MORA

domingo, 25 de noviembre de 2012

Aníbal



Ayer  salió el sol sobre los higos
y  no estaba
hoy llueve con  fisuras en el cielo
relampaguea  y  truena,
la noche se vistió de luces
y no está,

¿existirá algún  lugar en este otoño
adonde su invisibilidad de viento
esté?

DIANA POBLET

domingo, 1 de julio de 2012

Poema de Ana Caliyuri

No hay nada
más lastimero
que la sombra
de la palabra
en boca
de la ausencia.
Asomaba
la noche…
lluviosa
incompleta
enjugada
en el llanto
de una fuente vieja.
En el fondo
del alma
las estrellas
tiemblan
y se anega
la luz
que duerme
en mi voz
aún estrecha.
Luego,
todo es niebla
en la memoria
que vaga
de sombra en sombra
en la noche negra.

ANA CALIYURI

DETALLES - Diana Poblet



Detalles I


Es la soledad
esa multitud amordazada
que habita a la izquierda de mí
y te llama sin nombre
en esta ciudad que bulle
desconocida
y feroz.


II

Es la soledad
último artilugio
piedra nómada
claridad inútil
cuando será tu ausencia
todo el caos.


III

En paréntesis de silencio 
escribo
ausente a la cita
predico soles
extraviado el avatar
huérfana la estrella
que ovacionó tu nombre
torero sin arena


IV

Y sucedió
lo inasequible
el glaciar cristalizado en mil ágatas
el silencio del ojo
un retumbar de caballos
en la pradera del cuerpo
un sospechar que te has ido
sin comprender que me fui.


DIANA POBLET - del Libro DESDE LA RAÍZ  
fotografía Olga Ricci

martes, 26 de junio de 2012

Prosa de J. G. Ballard



En lo que creo

Creo en el poder de la imaginación para rediseñar el mundo, para liberar la verdad que vive dentro nuestro, para contener la noche, para trascender a la muerte, para encantar a las autopistas, para congraciar a los pájaros, para ganarnos la confianza de los locos.


Creo en mis propias obsesiones, en la belleza del choque de autos, en la paz del bosque sumergido, en la excitación de un balneario desierto, en la elegancia de los cementerios de automóviles, en el misterio de los estacionamientos para coches de varios pisos, en la poesía de los hoteles abandonados.


Creo en las pasarelas olvidadas de Wake Island, que apuntan al Pacífico de nuestras imaginaciones.


Creo en la misteriosa belleza de Margaret Thatcher, en el arco de sus fosas nasales y el brillo de su labio inferior; en la melancolía de los conscriptos argentinos heridos, en las sonrisas hechizadas del personal de las estaciones de servicio; en mi sueño sobre Margaret Thatcher siendo acariciada por ese joven soldado argentino en un motel olvidado, observados por un empleado de estación de servicio tuberculoso.


Creo en la belleza de todas las mujeres, en la perfidia de sus imaginaciones, tan cercana a mi corazón; en la unión de sus cuerpos desencantados con las encantadas cintas de las cajas de supermercado; en su cálida tolerancia a mis perversiones. Creo en la muerte del mañana, en un tiempo exhausto, en nuestra búsqueda de un nuevo tiempo en las sonrisas de las azafatas y los ojos cansados de controladores aéreos en aeropuertos fuera de temporada.


Creo en los órganos genitales de los grandes hombres y las grandes mujeres, en las posturas corporales de Ronald Reagan, Margaret Thatcher y Lady Di, en los dulces hedores que emanan de sus labios cuando se ponen frente a las cámaras de todo el mundo.


Creo en la locura, en la verdad de lo inexplicable, en el sentido común de las piedras, en la locura de las flores, en la enfermedad guardada para la humanidad por los astronautas del Apolo.


Creo en nada.


Creo en Max Ernst, Delvaux, Dalí, Tiziano, Goya, Leonardo, Vermeer, De Chirico, Magritte, Redon, Durero, Tanguy, Cheval, las Watts Towers, Boecklin, Francis Bacon, y todos los artistas invisibles que están en instituciones psiquiátricas del planeta.


Creo en la imposibilidad de la existencia, en el humor de las montañas, en el absurdo del electromagnetismo, en la farsa de la geometría, en la crueldad de la aritmética, en las intenciones asesinas de la lógica.


Creo en las mujeres adolescentes, en su corrupción por la propia postura de sus piernas, en la pureza de sus cuerpos desordenados, en los rastros de sus genitales dejados en baños de moteles gastados.


Creo en el vuelo, en la belleza del ala, y en la belleza de todo lo que alguna vez ha volado, en la piedra arrojada por el niño pequeño que lleva consigo la sabiduría de hombres de estado y parteras.


Creo en la amabilidad del escalpelo del cirujano, en la geometría sin límites de la pantalla de cine, en el universo oculto dentro de los supermercados, en la soledad del sol, en la cháchara de los planetas, en lo repetitivo de nosotros mismos, en la inexistencia del universo y el aburrimiento del átomo.


Creo en la luz que las grabadoras de video proyectan en las vidrieras de los negocios, en los conocimientos mesiánicos de los radiadores de los coches de showroom, en la elegancia de las manchas de aceite en los hangares de los 747 estacionados en aeropuertos.


Creo en la no existencia del pasado, en la muerte del futuro, en las infinitas posibilidades del presente.


Creo en la degeneración de los sentidos: en Rimbaud, William Burroughs, Huysmans, Genet, Celine, Swift, Defoe, Carroll, Coleridge, Kafka.


Creo en los diseñadores de las pirámides, del Empire State Building, del Fuehrerbunker de Berlín, en las pasarelas de Wake Island.


Creo en los olores corporales de Lady Di.


Creo en los próximos cinco minutos.


Creo en la historia de mis pies.


Creo en las migrañas, el aburrimiento de las tardes, el miedo a los calendarios, la traición de los relojes.


Creo en la ansiedad, la psicosis y la desesperación.


Creo en las perversiones, en el enamoramiento con los árboles, en las princesas, los primeros ministros, las estaciones de servicio abandonadas (más hermosas que el Taj Majal), las nubes y los pájaros.


Creo en la muerte de las emociones y el triunfo de la imaginación.


Creo en Tokio, Benidorm,
La Grande Motte, Wake Island, Eniwetok, Dealey Plaza.

Creo en el alcoholismo, las enfermedades venéreas, la fiebre y la fatiga. Creo en el dolor. Creo en los chicos.


Creo en los mapas, los diagramas, los códigos, los juegos de ajedrez, los acertijos, la tabla de horarios de las aerolíneas, los indicadores de los aeropuertos. Creo en todas las excusas.


Creo en todas las razones.


Creo en todas las alucinaciones.


Creo en todas las furias.


Creo en todas las mitologías, recuerdos, mentiras, fantasías, evasiones.


Creo en el misterio y la melancolía de una mano, en la amabilidad de los árboles, en la sabiduría de la luz.


J. G. BALLARD
 

lunes, 23 de abril de 2012

Poema de Diana Poblet



Otoño frío, los pájaros apuran hacia sus nidos prefiriendo lo tupido del membrillo.
Otoño diferente, con cierta opacidad de silencio, se humedece con bruma la tarde y algunas fumarolas huelen a eucaliptus.
Otoño aún con pocas hojas en el suelo y recuerdos amarillos que se volvieron sepias.
Otoño aquí, con nubes rosadas y viento sur que olisquea insistente las estrellas. 

Diana Poblet

viernes, 13 de abril de 2012

Poema de Aníbal Sciorra



Aquellos fueron los días

Como siempre ocurre
llegó el momento de partir.
Te llevás en el equipaje
algunas mariposas muertas
entre las hojas de un libro
y las bolitas que dejaban caer
los eucaliptus.

En tus manos quedaron
la rugosidad del viejo árbol
y la humedad del pasto,
cuando en las mañanas,
seguías las rutas de las hormigas.
Me dejaste el trompo de lata,
las figuritas del Billiken.

Extrañaremos correr por el patio,
cuando se nos venían encima
las estrellas,
y aquellas meriendas de leche
con pan y manteca.

Te despido en el andén
de una estación
donde sopla mucho el viento
y vuelan los panaderos.

Y te alejás en el trencito de madera
que inventamos juntos una tarde
sobre el hule de la cocina.
No me quedo solo,
me acompaña la inocencia.

Aníbal Jorge Sciorra

martes, 3 de abril de 2012

Poema de Juan Gelman



LLUVIA

Hoy llueve mucho, mucho,
y pareciera que están lavando el mundo
mi vecino de al lado mira la lluvia
y piensa escribir una carta de amor/
una carta a la mujer que vive con él
y le cocina y le lava la ropa y hace el amor con él
y se parece a su sombra/
mi vecino nunca le dice palabras de amor a la
mujer/
entra a la casa por la ventana y no por la puerta/
por una puerta se entra a muchos sitios/
al trabajo, al cuartel, a la cárcel,
a todos los edificios del mundo/ pero no al mundo/
ni a una mujer/ni al alma/
es decir/a ese cajón o nave o lluvia que llamamos así/
como hoy/que llueve mucho/
y me cuesta escribir la palabra amor/
porque el amor es una cosa y la palabra amor es otra cosa/
y sólo el alma sabe dónde las dos se encuentran/
y cuándo/y cómo/
pero el alma qué puede explicar/
por eso mi vecino tiene tormentas en la boca/
palabras que naufragan/
palabras que no saben que hay sol porque nacen y
mueren la misma noche en que amó/
y dejan cartas en el pensamiento que él nunca
escribirá/
como el silencio que hay entre dos rosas/
o como yo/que escribo palabras para volver
a mi vecino que mira la lluvia/
a la lluvia/
a mi corazón desterrado/

Juan Gelman

lunes, 19 de marzo de 2012

Poemazo de Ambar Past



Dedicatorias

Dedico este poema a los hombres que nunca se acostaron conmigo
A los hijos que no tuve
A los poemas que nadie escribió
Dedico este poema a las madres que no amaron a sus hijos
A las que murieron en hoteles
Sin que nadie les acompañara
A los poetas que viven olvidados en alguna antología
Al poeta en su velorio con su boca cerrada para siempre
Lo dedico al autor de las pintas en los muros
Al torturado anónimo
Al que nunca dijo ni su nombre
Dedico este poema a los que gritan de dolor y también a las parturientas
Lo dedico a las suicidas
Al que lava cadáveres
A las mujeres que se acuestan con todos
A los que siempre duermen solos
Dedico este poema a los que no frecuentan cafés ni piscinas ni saben hablar por teléfono
A los que no entran en los bancos ni salen en la tele
A las de primaria vespertina que reciben declaraciones de amor con faltas de ortografía
A los poetas que nunca comienzan a escribir
A las que no se atreven a opinar ni a levantar la voz
A las que no pueden estar felices sin el consentimiento del macho
A las que duermen con sus delantales puestos y piensan en el quehacer mientras sus maridos eyaculan prematuramente
A las que tortean en jacales y no tienen sillones
A los que arrullan a sus hijos en tzotzil y traen mugre bajo las uñas
A los pepenadores
A los que chaporrean siembran nopales y comen tortillas con sal
Al sereno que también trabaja de día
A la de la chancla rota que tiende cien camas cada mañana
Al viejo sin dientes que merca chicle en la playa
A los que viajan parados a la tierra del cacao
A las que traen las caras negras y la cicatriz del llanto en la sordera
A la que da el pecho a su hijo en el cañaveral
A los que buscan el arco iris en el aceite de los charcos
A la que chapotea en las cascadas y se moja el pelo con agua de lirios
A los remeros que inventan el canto con sus brazos
A los que lavan el nixtamal bajo la lluvia
A las que acarrean el agua en cántaros y caminan por la carretera

A la niña viendo luciérnagas
A la niña con el candil en la mano
A los chamacos que saltan con el rastrojo en llamas
A los que corren sobre el fuego entierran a sus muertos en la cocina y cantan entre los escombros

Al que engaña a su muerte en la cama de los moribundos
Al que baja de los cerros para no quemarse con las estrellas
Al que agarra la mano de la muerte y baila con ella
A las que tienen muchas nueras y cargan iguanas en sus cabezas
A los colochos que venden nieve en tierra caliente
A los camaroneros divisando el cometa de madrugada
Al que arremanga su camisa y pide un hacha
A la que vende tamal de bola, de mumu y chipilín
A los que cortan elote tierno para comerlo crudo y amarran la pata de perro que roba pollo
A los que hacen las maracas y matan por amor
Al que se avienta al hoyo en el entierro de un amigo.

Al poeta que no puede bajar del techo por estar tan enamorado

Al que hace lo que puede
Dedico este poema al hombre encadenado
A los niños golpeados
A los hijos de alcohólicos
A las que cuidan a las criaturas de otros y ven a las suyas cada quincena
A la que trapea en el colegio y no sabe firmar su nombre
A las que comen en la mesa del hospicio
A los tullidos que se acurrucan junto al horno en alguna panadería
A los que atienden los baños públicos y barren las calles al amanecer
A las que bailan en cabaretes y están hartas

Dedico este poema al amasador de adobes que muere en la casa que construyó para otro

A los que se escaparon de noche cuando el volcán sepultó su iglesia
A los vecinos que ya enterraron a sus hijos uno tras otro como los años que pasan
A los que han tenido que vender a sus hijos su sangre y su sexo

A los que nada tienen que perder

Dedico este poema a los peones acasillados que invaden las tierras del patrón
A los que cavan túneles debajo del dinero
A los que preden lumbre al ingenio
A los que no echan sombra y sin luna dinamitan los puentes
A los de trece años que se van a la guerrilla
y conocen mujer por primera vez en la montaña
Para los dos heridos
Para Las Pelonas
Al tacuazín de Olga
A los chuchos apaleados

A niños que nacen en países donde la verdad está prohibida por la ley
A los que han adoptado otro nombre y llevan años sin saludar a la familia
A los que nunca durmieron en la misma cama y comparten la fosa común

Dedico este poema a la madre que busca a su hijo en el anfiteatro
entre otros poemas decapitados
A la que no puede decir cuál cadáver es el suyo
y se despide de cada uno con un abrazo

©AMBAR PAST

miércoles, 25 de enero de 2012

Prosa de Pere Bessó



EN LA SEDA DEL AGUA



Llega la época de morir y poco importa la herida de fuego o el sol de montaña, la conversión de la nieve en agua o la reducción de los ojos en cuescos de durazno, que salte de escenario en escenario la palabra nómada o quede en barbecho. No hay lugar feliz –ni siquiera apriscos de exilio- pero las hojas del silencio nacen de uno mismo: flores, sal o confeti en el funeral de la memoria. Poco importa entonces la salida del águila sangrienta de la boca del infierno.


EN LA SEDA DE L’AIGUA



Arriba l'època de morir i gens ni mica no importa la ferida de foc o el sol de muntanya, la conversió de la neu en aigua o la reducció dels ulls en pinyols de durans, que bote d'escenari en escenari la paraula nòmada o reste en guaret. No hi ha indret feliç –ni tan sols pletes d'exili- però les fulles del silenci naixen d'u mateix: flors, sal o confetti al funeral de la memòria. Gens ni miqueta no importa llavors l'eixida de l'àguila sagnosa de la boca de l'infern.


(de El gran cafetar, inèdit, 2011)


PERE BESSÓ

jueves, 5 de enero de 2012

Poema de Diana Poblet



Factor luz


Permanezco aquí, heraldo en lucha

remontando vida procuro sorprender,

trastocar,

acaso distraer por si ingresa la muerte,

ese refucilo de sombras.



DIANA POBLET

sábado, 17 de diciembre de 2011

Poema de Marcela Somoza



El llanto de la colina
esclava en el cielo
abre la piel
sobre los ojos de un pájaro ciego.

Marcela Somoza

domingo, 4 de diciembre de 2011

Poema de Cristina Castello



Inmigrantes somos en un mundo sin presente
Furor de arpas estalla en letras sin corsé
Poesía es la medida del no tiempo
Poesía es el orden de la eternidad
Poesía es alba sin exequias
Estremecimiento de lirios
Danza de campanas
Ofrenda a inocentes
Diluvio de sol


Cristina Castello

domingo, 6 de noviembre de 2011

Poema de Gabriel Impaglione



A LOS PESCADORES DE RETA


Fue tarde entonces cuando estrené los brazos.
Cuando recibí barba y bandera
las orillas estiraban
su soliloquio entre los pájaros
y no había sino huecos espumosos
en el lugar donde se multiplicaron las barcazas.
Quién sabe dónde las redes,
en qué graves mareas se hundieron los oficios.
Llegaban cegando la luz horizontal
del crepúsculo
cargados de plata refulgente,
agotados y sonrientes bajo sus sombreros.
Victoriosos burladores de arcanos marinos
llegaban a la costa montando las rompientes,
blandiendo sus puños mordidos por las cuerdas.
Allí latían revelaciones de ultramar,
se narraba la gran ciudad del agua y el salitre,
comenzaba la contabilidad pieza por pieza
de mano en mano, centavo a centavo.
Se le cantaba al cardumen como al sol o al aire.
Llegué tarde al vértigo del oleaje,
al perfume exacto de la rosa de los vientos.
Allí, de pie, en otro siglo de huellas descalzas
tan sólo un roído barco hundido en la arena
y lejos la estela de los pesqueros invisibles
sobre cuya ruta aún trazan su círculo las gaviotas.
De vez en cuando un viejo pescador emerge
vestido de algas, de peces de relámpago,
y desata los nudos marineros de los vientos
mientras un niño, calladamente alegre
rompe el límite del agua con la risa.


GABRIEL IMPAGLIONE

Poema de Gabriel Impaglione



DESANDAR EL DESÁNIMO


Desanimar el desánimo
deshilacharlo
que se desdibuje
grotescamente
y se destierre
y se deseternice
y su deshielo nos descubra
llenos de desimposibles.


GABRIEL IMPAGLIONE

viernes, 28 de octubre de 2011

Poema de Blanca Hernandez




NANA PARA DORMIR A MI MADRE

A veces no recuerda

quien le llena,

los huesos

con estrellas de papel,

su taza de horas tibias.

Se queda inmovil,

en- si -misma

perdida,

como diciendo que existir

es dia terminado,

como esperando una señal

para esfumarse,

o para

desertar.

A veces no recuerda

a quien le canta

y desafina,

no recuerda la mano que la duerme,

el aire suevecito que la mece en las tardes.

Se deja estar

quieta contra las sombras que casi en el crepusculo

disminuyen los ruidos de la casa.

A veces no recuerda

a quien se ha ido

y vuelve arrepentida,

a quien le pone nombre de paises,

y hace figuras de argamasa y miedo.

Se entrampa alli,

dentro de su campana,

incierto paraiso donde reina,

donde los hijos no han crecido

y el patio

iluminado por el sol,

es una fiesta de agua.

A veces no recuerda,

cuando se desperto,

si era feliz,

si logro conocer pasiones y galaxias.

Se aburre alli

espantando,

gorriones a plumazos,

mojando el pie derecho en sus misterios,

aun por resolver.

A veces no,

a veces no recuerda.

No me recuerda.

No.


BLANCA HERNANDEZ

domingo, 16 de octubre de 2011

Poema de Ana Muela Sopeña



NOCTÁMBULOS


La ciudad desvanece su silencio
recordando aquel día tan efímero.

Noctámbulos sin norte, entre los puentes,
la lluvia nos miraba con suavidad de agua
y el aullido de calles desde el sueño
era tiempo de luz entre las sombras.

El recuerdo nos hace vislumbrar
los sonidos exactos de la ría,
en medio de farolas y de coches
que acompañaban cálidos
nuestro deambular por las aceras.

Las horas transcurrieron sin el pánico
envuelto en los enigmas de las piedras,
refugios y edificios
de aquellas sensaciones tan magnéticas.

Nuestras huellas quedaron para siempre
ancladas en relojes de las plazas
con transeúntes lúcidos,
testigos de ese instante entre la niebla,
transitando caminos sin historia.


Ana Muela Sopeña