La Vuelta Al Hogar
Todo está como era entonces:
La casa, la calle, el río,
Los árboles con sus hojas
Y las ramas con sus nidos.
Todo está, nada ha cambiado,
El horizonte es el mismo;
Lo que dicen esas brisas
Ya, otras veces, me lo han dicho.
Ondas, aves y murmullos
Son mis viejos conocidos,
Confidentes del secreto
De mis primeros suspiros.
Bajo aquel sauce que moja
Su cabellera en el río,
Largas horas he pasado
A solas con mis delirios.
Las hojas de esas achiras
Eran el tosco abanico,
Que refrescaba mi frente
Y humedecía mis rizos.
Un viejo tronco de ceibo
Me daba sombra y abrigo
Un ceibo que desgajaron
Los huracanes de estío.
Piadosa una enredadera
De perfumados racimos
Lo adornaba con sus flores
De pétalos amarillos.
El ceibo estaba orgulloso
Con su brillante atavío,
Era un collar de topacios
Ceñido al cuello de un indio.
Todos, aquí, me confiaban
Sus penas y sus delirios:
Con sus suspiros las hojas
Con sus murmullos el río.
¡Qué triste estaba la tarde
La última que nos vimos!
Tan solo cantaba un ave
En el ramaje florido.
Era un zorzal que entonaba
Sus más dulcísimos himnos,
¡Pobre zorzal que venía
A despedir a un amigo!
Era el cantor de las selvas,
La imagen de mi destino,
Viajero de los espacios,
Siempre amante y fugitivo.
¡Adiós! parecían decirme
Sus melancólicos trinos;
¡Adiós, hermano en los sueños,
Adiós, inocente niño!
Yo estaba triste, muy triste,
El cielo oscuro y sombrío;
Los juncos y las achiras
Se quejaban al oírlo.
Han pasado muchos años
Desde aquel día tristísimo;
Muchos sauces han tronchado
Los huracanes bravíos.
Hoy vuelve el niño, hecho hombre,
No ya contento y tranquilo,
Con arrugas en la frente
Y el cabello emblanquecido.
Aquella alma limpia y pura
Como un raudal cristalino
Es una tumba que tiene
La lobreguez del abismo.
Aquel corazón tan noble,
Tan ardoroso y altivo
Que hallaba el mundo pequeño
A sus gigantes designios;
Es hoy un hueco poblado
De sombras que no hacen ruido
Sombras de sueños dispersos,
Como neblina de estío.
¡Ah! Todo está como entonces,
Los sauces, el cielo, el río,
Las olas, hojas de plata
Del árbol del infinito;
Sólo el niño se ha vuelto hombre,
¡Y el hombre tanto ha sufrido
Que apenas trae en el alma,
La soledad del vacío!
Olegario Víctor Andrade
La casa, la calle, el río,
Los árboles con sus hojas
Y las ramas con sus nidos.
Todo está, nada ha cambiado,
El horizonte es el mismo;
Lo que dicen esas brisas
Ya, otras veces, me lo han dicho.
Ondas, aves y murmullos
Son mis viejos conocidos,
Confidentes del secreto
De mis primeros suspiros.
Bajo aquel sauce que moja
Su cabellera en el río,
Largas horas he pasado
A solas con mis delirios.
Las hojas de esas achiras
Eran el tosco abanico,
Que refrescaba mi frente
Y humedecía mis rizos.
Un viejo tronco de ceibo
Me daba sombra y abrigo
Un ceibo que desgajaron
Los huracanes de estío.
Piadosa una enredadera
De perfumados racimos
Lo adornaba con sus flores
De pétalos amarillos.
El ceibo estaba orgulloso
Con su brillante atavío,
Era un collar de topacios
Ceñido al cuello de un indio.
Todos, aquí, me confiaban
Sus penas y sus delirios:
Con sus suspiros las hojas
Con sus murmullos el río.
¡Qué triste estaba la tarde
La última que nos vimos!
Tan solo cantaba un ave
En el ramaje florido.
Era un zorzal que entonaba
Sus más dulcísimos himnos,
¡Pobre zorzal que venía
A despedir a un amigo!
Era el cantor de las selvas,
La imagen de mi destino,
Viajero de los espacios,
Siempre amante y fugitivo.
¡Adiós! parecían decirme
Sus melancólicos trinos;
¡Adiós, hermano en los sueños,
Adiós, inocente niño!
Yo estaba triste, muy triste,
El cielo oscuro y sombrío;
Los juncos y las achiras
Se quejaban al oírlo.
Han pasado muchos años
Desde aquel día tristísimo;
Muchos sauces han tronchado
Los huracanes bravíos.
Hoy vuelve el niño, hecho hombre,
No ya contento y tranquilo,
Con arrugas en la frente
Y el cabello emblanquecido.
Aquella alma limpia y pura
Como un raudal cristalino
Es una tumba que tiene
La lobreguez del abismo.
Aquel corazón tan noble,
Tan ardoroso y altivo
Que hallaba el mundo pequeño
A sus gigantes designios;
Es hoy un hueco poblado
De sombras que no hacen ruido
Sombras de sueños dispersos,
Como neblina de estío.
¡Ah! Todo está como entonces,
Los sauces, el cielo, el río,
Las olas, hojas de plata
Del árbol del infinito;
Sólo el niño se ha vuelto hombre,
¡Y el hombre tanto ha sufrido
Que apenas trae en el alma,
La soledad del vacío!
Olegario Víctor Andrade
6 comentarios:
DIANA, que poema nos regalas de Olegario Andrade, va como en un ritmo de nostalgia a destender los años, el recuerdo y los vacíos.
Abrazos en esta cuenta que comienza.
Es un poema aprendido en tercer grado, a los ocho años pero que acompaña y acompañó toda la vida. Tiene algunos pasajes muy entrañables. Tal vez porque nuestro pueblo sigue creciendo con nosotros sin que lo notemos y un día al regresar notamos el cambio y este poema regresa desde la nostalgia de los primeros grados.
Un abrazo Lumpenpo, grande.
d.
Hermoso poema, como todas las obras de Andrade, sentidas y vividas emociones expresadas en palabras.
Este poema me trae tantos recuerdos de mi niñez que me emociona profundamente.
Mi madre me lo recitaba de memoria casi siempre y me lo fue enseñando con tan solo 8 años.
Hoy lo he buscado en internet, con ya 46 años, porque me vino a la memoria y se lo recité a una amiga.
y recién ahora he descubierto el sentido profundo que encierra esas palabras. Y hoy que mi madre ya no está me dado cuenta de las cosas que me ha dejado de herencia. Sus poemas, sus canciones, sus risas y sus llantos. Ojala yo pueda dejarle a mis hijos recuerdos tan profundos. Gracias por colgarla en la web!
Sí muy cierto, gracias por pasar, Verónika y Monica, las palabras de Olegario aún nos llegan sin mediar distancias ni caminos en común, llegan atravesando los tiempos y se detienen ahí, en ese lugar confiable adonde llevamos el alma.
Las abrazo,
d.
cuando chico, lo recitaba en la escuela, hace mas de 50 anos ;todavia lo recuerdo y me emociono desde la lejania Cuanto extrano La Paz toda mi vida. Nestor Ahuad
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