En esta noche tan sola, tan libre de gravedad, con tanto verano en la sangre, te recuerdo. Así, en el centro de la eternidad, en el centro de tu ojo donde la lágrima es cielo y es el círculo de una estrella y es todo y nada y la vida y el miedo. Es en esta noche donde Dios se esconde y lo busco. Lo encuentro y mi pregunta dice dónde estás, quién eres, dónde te vas cada vez que te pienso. Qué azar te llevó consigo. Cuál es tu mundo. Dónde vives. En esta noche tan sola, la sola te recuerda mientras un barco parte para siempre.
Con su ritual de acero sus grandes chimeneas sus sabios clandestinos su canto de sirenas sus cielos de neón sus ventas navideñas su culto de dios padre y de las charreteras con sus llaves del reino el norte es el que ordena
pero aquí abajo abajo el hambre disponible recurre al fruto amargo de lo que otros deciden mientras el tiempo pasa y pasan los desfiles y se hacen otras cosas que el norte no prohibe con su esperanza dura el sur también existe
con sus predicadores sus gases que envenenan su escuela de chicago sus dueños de la tierra con sus trapos de lujo y su pobre osamenta sus defensas gastadas sus gastos de defensa con sus gesta invasora el norte es el que ordena
pero aquí abajo abajo cada uno en su escondite hay hombres y mujeres que saben a qué asirse aprovechando el sol y también los eclipses apartando lo inútil y usando lo que sirve con su fe veterana el Sur también existe
con su corno francés y su academia sueca su salsa americana y sus llaves inglesas con todos su misiles y sus enciclopedias su guerra de galaxias y su saña opulenta con todos sus laureles el norte es el que ordena
pero aquí abajo abajo cerca de las raíces es donde la memoria ningún recuerdo omite y hay quienes se desmueren y hay quienes se desviven y así entre todos logran lo que era un imposible que todo el mundo sepa que el Sur también existe.
Es Noviembre y los jazmines han llegado a Buenos Aires, con un aroma dulzón van invadiendo las calles.
En cada esquina hay un niño que los vende porque sabe que toda mujer espera, que todo hombre regala, y es con muy pocas monedas, como se alegran las almas.
Hoy los chicos de la calle ya no mendigan, trabajan con ramitos de ilusión llevan pan para la casa y unos bolsillos alegres donde las monedas cantan.
Con el aroma dulzón se va embriagando la tarde y en cada mesa tendida un vaso con flores blancas nos dice que nadie olvida, que hay un regalo en el aire, que es Noviembre y los jazmines ya perfuman Buenos Aires.
Maestro fuego eres el rastro luminoso eres tierno manante cristalino eres fogata y relámpago andino eres el susurro telúrico del volcán Misti.
Maestro fuego, eres página sagrada y herida de la historia humana Eres la pluma resistente de los combates milenarios Eres la fuerza atrevida como la ola de Paracas como las aguas de Mantaro gestas y transformas el amanecer de los humildes Como las montañas de Apurímac Gallardo avanzas en tus luchas.
Maestro fuego, eres el rojizo choclo urubambino eres la papa harinosa andina desayuno combatiente de los humildes Enseñadme el vuelo de los picaflores y cernícalos para vencer al gavilán traicionero Enseñadme la melodía de la lluvia,
de los ríos y de los truenos para danzar en la última fiesta.
Maestro fuego, venenosos gases nos persiguen y persiguen mojad tu pañuelo de vicuña con las aguas del Amazonas para divisar el camino.
Mi corazón arrulla viejas canciones. Ronronea con ellas, se sumerge. Descubre.
Veo pasar a una niña con sus juegos a cuestas. Pasa un hombre cargado de años con historias por contar. Pasan jóvenes haciéndose arrumacos celebrándose el uno al otro. Pasa un albañil con su casco amarillo y sus manos ásperas. Pasa un estudiante enarbolando ideas levando sueños. Pasa una madre con su crío también con sueños en las manos. Pasa el cuidador de autos una banda de tambores un ciclista alguien, que por allá, cumple años pasa el oficinista, el legislador, un funcionario pasa una mujer levantando miradas una bandada de siriríes un perro vagabundo pasa el vendedor de cosas en ofertas pasa la luna y, en la autopistas, camiones el mendigo, la mujer que duerme en la avenida una prostituta los niños que aspiran para matar sus sueños pasa un colectivo paso yo entremedio de todos y me traspasan.
Ronronean viejas canciones en mi corazón. Se hacen nuevas. Y celebro.
Porque en definitiva lo que todos buscamos es “el aleph”, ese sitio de reunión de todos los puntos, de todas las direcciones posibles, esa zona de unión entre el pasado y el impredecible futuro, esa iluminación que nos ama y su vez nos despoja, esa comprensión de que en nosotros se opera una síntesis o esa mirada que a su vez nos desnuda y nos viste, ese paisaje que contiene todos los paisajes, la montaña y el mar, los llanos y los ariscos pedregales. Ese “aleph” que es la pérdida y la total ganancia y donde las palabras llegan desnudas a su dura patria inmóvil. Recién nacidas llegan.Porque todos somos espíritus errantes, pero algunos llegan a ese lugar, a esa casa, a esa región adonde alguien o algo nos mira con amor y con piedad. Puede ser una persona o una piedra, un ángel , una estrella, puede ser a la vez todas esas cosas juntas , puede ser un niño , puede ser un corazón en ruinas, puede ser la muerte pero también puede ser el fugaz paso de Dios, la cercanía del conocimiento.Porque nos hemos detenido en nosotros mismos y paleamos todos los días una montaña de basura y escupimos en las manos de los que dicen amarnos y no nos atrevemos a nombrar el amor y mucho menos la libertad, porque son en nosotros la parodia de lo que no quisimos perder y vendimos al mejor postor. Viajeros grises de los mercados, sacudiendo al amanecer las cenizas viejas del tabaco o del tedio. Porque ejercimos la seducción de la palabra y después abandonamos al otro en mitad del charco de sangre, repartimos soledad y desesperanza, miedo y cobardía. Porque fuimos más claros pero a su vez más crueles, más enteros pero a su vez más frágiles, más habitados pero a su vez más desesperadamente solos.Y porque debe haber algún sitio que se ilumine al atardecer, yo le he puesto ruedas a mi casa. No sé si encontraré el “aleph”, pero por menos lo buscaré. No sé si decidiré que algún día puedo cambiarlo por un pequeño amor inmóvil, mísero y lastimado, la aceptación resignada de que toda redención viene en parcelas menguadas y frágiles y que el dolor será mi copiloto. Pero yo le he puesto ruedas a mi casa. Sigo el impulso más antiguo del mundo. Vivir es navegar. Todo movimiento es acechanza pero también misterio y promesa.Y nadie me busca. Yo busco. La casa de desplaza y todo lo que soy y lo que tengo se desplaza con ella. Algo. Alguien, en algún lugar, espera. Tengo que llegar con mi casa entera, como una rama encendida. Por eso le he puesto ruedas. En esta cercana Navidad del 2008, donde está naciendo Aquel que se llamará nuestra Justicia. Un rato antes de perderme en la niebla.
Sólo por curiosidad a veces me quedo espiando lo que hace la tristeza cuando cree estar sola. Fuma algún cigarrillo desnuda frente al fuego y, tranquila, se sienta, con las piernas cruzadas. Tararea canciones muy antiguas, se castiga un poquito con recuerdos nostálgicos y clausura todas las sonrisas. Si se duerme, ronca apenas y luego se despierta para contarse historias. No aguanto mucho estar así, mirándola en silencio, me siento junto a ella y la abrazo mansamente. Es entonces que exhala un pequeño suspiro y aprovecha el momento para invadirme todo.
En la lúdica noche la lluvia se extiende
yabriga el silencio de tu voz. Sin saber que veo, miro el corredor sombríosin puertas. Alguien enciende una luz yapareces,
huésped de luciérnagas!
Sólo la soledad puede tocar el útero de la noche. Es el momento en que gime el universo, y se abren los muslos de jóvenes estrellas pujando resplandores. Detrás de cada brillo se congregan los Elfos del abismo, en un designio de oráculos y signos. Toda la constelación traza compases de conjuros por angélicos jinetes, mientras las sombras lloran lágrimas que caen sobre los muros vencidos de este mundo. No obstante, siento que puedo tocarle los ojos a la noche y me conmuevo. Comprendo que he sido un solitario entronizado en el acíbar de mi mismo. Pero hoy despierto después de la ceguera con la resurrección del sol entre mis manos, y compruebo que existe tanta luz aún desde las sombras, que nos es humano vivir, pariendo soledades.
Hasta aquí llegamos Ellos y Yo REMONTANDO SOLES, reconociéndonos en la palabra. Acostumbramos pasar algún tiempo sin vernos, por eso inauguré este café de silencios en el que siempre encontraré palabras abrazadas.